Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 29 de marzo de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 167, 4682-4683
Tema: Entrega a la Compañía Trasatlántica de cantidades que el Ministerio de Ultramar tenía en cuenta corriente en el Banco de España

El Sr. SAGASTA: No pensaba, Sres. Diputados, intervenir en este debate, habíame conformado con la parte que, en nombre del partido liberal, habían tomado los individuos que han tenido la honra de dirigir la palabra al Congreso; pero unas palabras del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que me parece que no responden a la gravedad y a la importancia del asunto que se debatía, me obligan a molestar por breves momentos la atención de los Sres. Diputados.

El Sr. Presidente del consejo de Ministros ha creído que todo lo que ha pasado aquí era una escaramuza, porque de escaramuza ha calificado todo el debate que hemos tenido por espacio de dos días. No, Sr. Presidente del consejo de Ministros, no es una escaramuza, es el cumplimiento de un deber ineludible por parte de los Sres. Diputados que han intervenido en la discusión y por parte de los que todavía hemos de terciar en ella.

Hemos creído, y han demostrado todos, que ha habido en el acto objeto de esta discusión trasgresión de las leyes económicas, de la ley de contabilidad, y además infracción constitucional, de las que motivan sin duda alguna la responsabilidad ministerial.

Yo no quiero descender a detalles; pero voy a leer unos artículos de la Constitución, para que se vea cómo el Gobierno no puede disponer jamás de los fondos públicos sino dentro de las prescripciones de la ley de contabilidad y de la de presupuestos.

Entre las atribuciones que la Constitución confiere al Poder ejecutivo, hay una que se formula así:

"Decretar la inversión de los fondos destinados a cada uno de los ramos de la administración, dentro de la ley de presupuestos."

Esto prueba que no se puede decretar la inversión de fondos, sino dentro de la ley de presupuestos.

Y hay otro artículo, que es el 86, que dice lo siguiente:

"El Gobierno necesita estar autorizado por una ley para disponer de las propiedades del Estado y tomar caudales a préstamo sobre el crédito de la Nación."

¿No son propiedad del Estado los caudales públicos? (Rumores.) ¡Ah! ¿Los caudales públicos son propiedad del Estado? ¿Si serán vuestra? (Risas.)

Oíd. No sólo necesita el Gobierno estar autorizado por una ley para disponer de las propiedades del Estado (y los caudales son una propiedad), sino que además necesita estar autorizado para tomar caudales a préstamo sobre el crédito de la Nación. No ha dicho la Constitución que eso haga falta para dar caudales a préstamo sobre el crédito de la Nación.

¿Y sabéis por qué no ha dicho esto la Constitución? Porque no se le ha podido ocurrir a ningún legislador que el Estado pueda convertirse en prestamista de nadie. (Muy bien.)

En cuanto a la infracción de la ley de contabilidad, es tan evidente, que discutir eso me parece completamente ocioso.

Si la minoría liberal ha tomado esta actitud, movida por tan evidente infracción constitucional en materia tan importante y tan grave, no la ha tomado con menor motivo por otra consideración de gran valía en estos instantes. Cuando nuestro crédito está tan padecido, cuando puede sufrir mucho más, Ministros que adoptan resoluciones como la que ha adoptado el Sr. Ministro de Ultramar, Gobiernos que las consienten o las aprueban, y Cortes que las san-[4682] cionan, hieren de muerte el crédito de la Nación, ya bastante quebrantado. (Muy bien.) ¿Qué dirán en el exterior al ver esta clase de administración? ¿Cómo queréis que los Gobiernos de Europa y el crédito extranjero tengan en adelante confianza en el resultado de nuestra gestión, al ver que, como ahora, es tan desdichada?

Por esto, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, yo no he podido menos de extrañar el desdén con que S. S. trataba a los Diputados que han querido intervenir en este asunto; las palabras desdén y escaramuza, oídas en estos instantes, son las que me han obligado a pronunciar las pocas con que os he molestado, con gran sentimiento, cumpliendo un eludible deber. He dicho. (Muy bien.)



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